El feminismo es para todo el mundo

Podríamos hacer el relatorio de las situaciones de violencia que vivimos, que vivieron amigas, conocidas, estudiantes, madres, tías, abuelas, hijas. Podríamos hacer el relatorio de las violencias que nos contaron. Pero, hoy no vamos a hablar de eso, ni del miedo que empezamos a tener en algún momento de nuestras vidas cuando nos dimos cuenta, a veces a través de relatos un poco elípticos, de todas las violencias que podíamos padecer. No vamos a hablar de todas las veces que casi “nos pasó algo”, aunque calificar algunas experiencias como “casi” también depende de cómo las miremos.

Hoy queremos hablar de una frase que desde hace unas horas se nos metió en el cuerpo y nos atravesó. “Mirá como me ponés”. También queremos hablar del modo en que esa frase puede ser transfigurada en una poderosa herramienta feminista de lucha contra la trama de abusos de poder de una sociedad patriarcal.

“Mirá como me ponés”, nos cuenta  Thelma Fardín que le dijo Juan Darthes mientras la violaba. ¿Cuántas veces, nosotras, nuestras amigas y nuestras hermanas escuchamos esa frase? Es un enunciado repetido, singular y siniestro, malicioso. Repetido porque los violadores son parte de una estructura patriarcal que habla a través de ellos; singular porque cada uno usa sus propias tácticas para ejercer la violencia y salir impune; siniestro y malicioso porque condensa de manera ejemplar la violencia y el ejercicio de sometimiento que la acompaña. Un enunciado que carga la responsabilidad de la violación no en quien la ejecuta sino en quien la padece; una interpelación directa, de un yo a un tu. Mirá (vos) como me ponés (a mí). Mirá lo que me estás haciendo hacer, podría decir ahora el victimario, mirá lo que hacés con mi carrera, con mi familia. Eso también lo escuchamos muchas veces.

Son muchas y seriadas las violencias que denunciaron ayer las integrantes del colectivo de actrices, tantas que podría sorprender a alguien un poco distraído el hecho de que hasta ahora hayan pasado “desapercibidas”. La extensión de estas prácticas y la complicidad de quienes miran para otro lado conspiran para hacer callar a las víctimas. El castigo a las que se animan a hablar cierra el círculo. Estigmas, pérdidas, sorna, aislamiento pesan sobre quienes se animan a hablar, más, mucho más, cuando el denunciado es poderoso, rico, famoso, popular, joven, lindo, una autoridad de la que dependemos, o cuando por alguna razón lo suponemos titular de algunos de estos atributos. En esos casos puede llegar a suceder que haya quienes se preocupen más por lo que le sucede al violador que a la víctima. Difícil (imposible para muchas) enfrentarse a todo esto en soledad: quienes durante años debieron callar, quienes todavía callan, quienes continuarán callando no son responsables de nada.

Ahora que muchas pueden hablar -amparadas en el movimiento feminista, en la marea verde, en el encuentro permanente, en las formas ruidosas en las que tomamos las calles-, ahora que cuentan y acompañan las amigas, las madres, las profesoras, las vecinas, ahora que los varones que entienden se desprenden de sus privilegios, justo ahora no faltan voces que se levantan para reclamar mesura, para cuestionar las momentos, los modos y los tonos elegidos. Siempre es ahora, porque el tiempo es ahora. Y ahora es más ahora que nunca porque el acompañamiento amoroso, reflexivo, lúcido, inteligente va surgiendo desde diversos colectivos, en distintos espacios y con diferentes tonos. No sabemos cómo, no existe la receta que resulte perfecta para todes, que no incomode, en este tembladeral afectivo que nos atraviesa, reinventamos formas para sentir furia y convertirla en fuerza colectiva feminista.

El colectivo de Actrices Argentinas que acompañó la denuncia de Thelma Fardín dio una lección en ese sentido. Se jugó poniendo el cuerpo, como ellas mismas dicen. Y el cuerpo acá es la escena, el lugar, el montaje cuidadoso y mediado del relato, el documento que las acompaña. Entonces, aquella frase que pretendía culpabilizarla se traduce en la lengua colectiva e insurrecta de la política feminista: Mirá cómo nos ponemos!

El movimiento feminista nos enseña que la operación de separar y jerarquizar afectos y reflexiones es patriarcal. También nos enseña que la casa del amo no se destruye con las herramientas del amo. Y nosotras estamos creando nuestras propias herramientas, nuestros propios escenarios, palabras y acciones, rearmando genealogías políticas para derribar la estructura patriarcal que sostiene los pactos machistas detrás de cada abuso sobre una mujer en su espacio de trabajo, en las relaciones familiares, en los espacios de aprendizaje, en la calle, en la plaza y en la cama. En esta trama la justicia (la institución) queda en entredicho, y con justa razón como no dejamos de recordar luego del vergonzoso fallo por el femicidio de Lucía Pérez.

Desde nuestros espacio de trabajo en una universidad pública nos solidarizamos con todas quienes a través de sus relatos se suman a la denuncia de Thelma con sus propias experiencias. Muchas de ellas no pretenden ninguna acción legal que intervenga, ninguna penalización como horizonte, pero todas han encontrado en esta posibilidad de relatar públicamente una forma de justicia que las contenga como sujetos y no meramente las sopese como elementos de prueba. No se trata de acusar sino de testimoniar el daño, no se trata de juzgar a alguien sino de transformar todo de raíz.

Por eso llamamos a los y las colegas y  a las instituciones a replicar escenas de cuidado a la hora de hacer públicas las violencias. También a hacerse cargo pronto, muy pronto, a intervenir rápido, a poner el cuerpo y transformar las propias prácticas, porque el feminismo es para todo el mundo y no podemos esperar a que otras mujeres pasen por esto para actuar.

Claudia Bacci, Santiago Joaquín Insausti, Alejandra Oberti, Mariela Peller, Lucas Saporosi y Nayla Vacarezza. Equipo de la cátedra «Identidades, Discursos Sociales y Tecnologías de Género».

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.